Bienvenidos a este humilde pero sincero espacio. Aquí escribo mis pensamientos, cosas que me preocupan, algunas vivencias, historias que conozco... lo que me dicta el corazón para compartirlo con otras personas, es una manera de saber que no estamos solos en este mundo virtual y poder hacerlo más real y cercano. Me gusta escribir y me siento bien haciéndolo, ojala estás letras lleguen a ustedes como yo quisiera. Siéntanse libres de comentar lo que deseen. Gracias por estar aquí.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Escribir: mi mejor terapia

Escribir para muchos es una necesidad. Volcar al papel lo que se siente y volar con la imaginación. Sin duda, terapia positiva de este mundo galopante. Escribir es creación y arte porque las palabras tienen fuerza y música, unen al ser humano brindando mensajes que conmueven a quien los lee.
Hoy he abierto el word y he estado mirando la página en blanco un rato sin escribir ni una palabra, porque de momento no encontré nada, o quizás muchas cosas, que me inspirasen a escribir. Ante la frustración, mientras miraba la pantalla de mi monitor con la página en blanco me he hecho esa pregunta que tantas veces me han hecho otras personas: ¿Por qué escribo? Me quedé pensando en la respuesta y haciendo un poco de memoria…
Era apenas una adolescente cuando comencé a escribir con un diario y en ese entonces solo hablaba de chicos o amigas. Tiempo después, ya en el pre-universitario plasmaba mis reflexiones en papel por puro placer y se las pasaba a mi amiga Amelia para que me diera su punto de vista. A veces eran auténticas locuras y otras temas mucho más serios. Aquellos textos que tantas horas me llevaron escribir sólo los vieron los ojos de mi amiga Amelia aparte de los míos y están ahora guardados en una carpeta bajo muchos libros de donde no sé si volverán a salir alguna vez.
Sin embargo, poco a poco, para mí fue tomando más importancia el relatar acontecimientos de mi vida, sentimientos, reacciones o reflexiones y volví a comenzar a escribir. Algunos de esos textos los he publicado otros no, muchos al pasar del tiempo cuando vuelvo sobre ellos y los analizo me sirven para saber, en el presente, si sigo siendo la misma o he cambiado con respecto a las distintas situaciones y personas.
Lo cierto es que escribo porque lo necesito, escribir es algo que acaba creando adicción. En muchas ocasiones escribo para mí, y después de tener este blog a veces, como hoy, escribo porque siento que se lo debo a ustedes. Este sitio para mí es muy importante, lo he cuidado y mimado viéndolo crecer. Les aseguro que cada vez estoy más satisfecha de ser una bloggera.
Cuando uno escribe deja en cada línea parte de su vida, sus sueños, sus fantasía, sus dudas, sus temores… a una escritora le escuché decir hace años "Soy mis letras", y en aquel entonces no entendí muy bien lo que quiso decir, ahora sí lo hago y pienso igual que ella, y es que cuando escribo por mis letras pasa una marejada de sentimientos, emociones buenas y malas, coherentes e incoherentes… escribir me ayuda a conocerme y reconocerme... es un viaje a mi interior.
Me encanta recrearme en las historias porque lo mismo puedo estar en los brazos de mi gran amor que irme a otros que me están esperando… puedo atravesar océanos, llegar a las estrellas y hablar con la luna. Puedo adentrarme en un mundo mágico, solo mío… puedo hacer florecer mis sueños, librar una batalla contra mis pesadillas y conquistar cualquier destino que pueda imaginar. Algunas cosas que escribo me cuesta mostrarlas porque llevan una dosis de erotismo que algunos critican y por eso lo hago bajo un seudónimo, además decidí que no podía soportar que la gente que me conocía, me llegara a conocer tan bien (valga la redundancia).
Aunque en este sitio me decidido a mostrar algunas y me he sentido mucho mejor y con más ánimo cuando he leído los comentarios de muchos de ustedes. Además me dio más confianza leer las palabras de alguien a quien admiro mucho, y que tengo el inmenso placer de que ha visitado este pequeño sitio un par de veces, me refiero a esa gran periodista y escritora mexicana Celia Gómez Ramos, que un día dijo: "El erotismo me hace una ciudadana más feliz y más equilibrada", y comentó que "escribir sobre erotismo provoca una sensación de liberación”. Eso es cierto porque lo he sentido en carne propia. Gracias Celia por tu maestría y profesionalismo, tus escritos son fabulosos y tus libros ni qué decir. Mi más sincero respeto.
Pensar por qué escribo es tan extraño como pensar por qué respiro o por qué como, es algo que ya se ha quedado conmigo. Escribir es un refugio y una liberación, al transformar los sentimientos en palabras te sientes mejor, a mí me sirve para ordenar mis ideas y en ocasiones hasta me ayuda a tomar decisiones. Y por otra parte esta ese yo que quiero enseñar al resto del mundo. Ya sea en forma de reflexión, relato o novela en este último caso, intento aprender a terminar alguna historia porque empezarla es fácil, decidir su duración o final, ya no tanto.
Mientras escribo no pienso solo cuento cosas que llevo muy dentro. Lo cierto es que cuando tengo ganas de llorar, escribo; cuando no paro de reír, escribo; cuando tengo que dar las gracias, escribo; cuando no sé cómo explicar ese no-sé-qué que llevo dentro, escribo; cuando parece que todo se cae a pedazos, escribo. Pienso que es lo único que queda cuando todo lo demás se va. Escribo porque como dice Jordi Sierra i Fabra, “escribir es un orgasmo continuo”.
Precisamente por ello cuando creé este blog sentí que tenía un rinconcito propio donde plasmar mis pensamientos, emociones, reflexiones, sentimientos… Creí que no serían demasiado los interesados, porque no me considero una escritora, pero seguro que serían más de dos. Además ahí quedarían para siempre, no se perderían en el tiempo ni en una carpeta bajo un montón de libros. También para que cualquier persona pueda encontrarlos y sentirse identificada con ellos. Poco a poco este rincón ha ido creciendo y siento la necesidad de buscar nuevos retos.
Tengo una amiga que cuando algo le gusta mucho me dice “cómo está tu musa”. Yo solo sonrío. En realidad creo que todos tenemos una musa particular. La mía la llevo conmigo todos los días, aunque a veces se enfada y no me quiere hablar.
Para escribir necesito emociones sutiles o abruptas, de sol o de lluvia, de noches negras de desvelo o días de luces que me completan. A veces solo necesito que me digan que soy buena amiga, alguien fácil de querer y que quizás en otra vida nos encontremos, porque en ésta, los fastidios de la cotidianidad, el sabor del cuerpo, mi intensidad, la irreverencia con que digo y hago las cosas son “demasiado” para un simple mortal. Es entonces cuando la musa etérea me visita, ya sea de día o de noche, me asalta donde esté y sopla a mi oído mil palabras. Se viste de azul en los días claros y se torna de negro cuando se enciende mi tristeza. Me inspira rojo ira cuando me enfado o pasión cuando suspiro.
Ahora mismo está a mi lado, siento su sonrisa. Veo su cara de aprobación. Y es que puede que mis escritos no sean los mejores pero cuando la inspiración me asalta las letras se escapan de mis manos que corren sobre el teclado. Las frases surgen de la nada, una por una. La inspiración me llega de muchas formas distintas; a veces es la melodía de una canción, otras su letra, cosas que me pasan en mi día a día, conversaciones, artículos que leo en blogs… Son muchas cosas, supongo que, en cada momento encontramos inspiración en algo diferente; unos la encuentran en la risa de un niño y otros viendo llover.
La musa a veces me llega en la madrugada, después de haber estado horas en la computadora trabajando, cuando estoy cansada, me arden los ojos, y sin embargo… de repente abro el word y vienen las palabras, los recuerdos, las emociones... Escribir es desangrarse, desgarrarse el alma; pero también es un placer, es llegar al orgasmo literario por medio de las letras que se unen, se balancean traspasando sueños electrizantes.
He tenido rachas donde se me acumulan las cosas sobre las que quiero escribir pero no alcanzo a ponerlas todas, y otras donde queriendo escribir no atino a escoger el tema o no tengo tiempo o energías. Pero nunca me he cansado o aburrido, por el contrario en cuanto puedo, vuelvo. No es un vicio, ni una obligación auto impuesta, ni un mirarse el ombligo, es algo mucho más bonito que eso, es escribir dejando en cada letra el corazón deseando que le guste a quienes me lean.
Puedo decir que escribo porque es la forma en la que ordeno los remolinos y marañas que traigo en la cabeza, porque me desahoga y para verle el lado bueno a un fracaso o a un mal momento, porque reflexiono acerca de quién soy, dónde estoy y quién quiero ser. Escribo para expresar lo que hay dentro de mí y si no escribiera muchas veces ni yo me daría cuenta.
Escribir aleja de mí los fantasmas que a veces me rondan y me ayuda a luchar contra mis demonios. Es toda una faena, a veces difícil de lograr, pero siempre descubro que vale la pena. Y es la manera más fácil de expresar lo que siento, de liberar-me de todas las emociones. Soy demasiado tímida para hablar libremente de lo que me pasa, por eso creo que escribir es mi mejor huida y a la vez, sin duda alguna, mi mejor terapia.
Seguiré escribiendo lo que quiera y como quiera, espero que mi musa me siga visitando. Seguiré agradeciéndole a quienes se toman un pedacito de su preciado tiempo para leer lo que escribo y seguiré leyendo lo que comentan porque creo que la opinión de cada persona es muy valiosa. Y bueno, también seguiré soñando que algún día podré vivir de escribir.
A todas las personas que frecuentemente entran a este sitio y leen algo, a los que comentan y a los que guardan sus opiniones para sí mismos, a todos quiero agradecerles de corazón el estar o haber estado. Muchas veces leer sus comentarios o darme cuenta de la cantidad de personas que entran al blog, aun cuando yo desaparezco, es lo que me da fuerzas para seguir escribiendo, porque sé que están ahí.

Un abrazo y un beso a todos, mil gracias por seguir aquí.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Ver a nuestros hijos crecer



Cuando nuestros hijos son pequeños, lo que más deseamos es que crezcan rápido para que no sean tan dependientes de nosotros y podamos tener por lo menos unos minutos respiro. Y creemos que esperar a que crezcan será un largo camino, pero la realidad es que crecen más rápido de lo que uno piensa, y terminamos queriendo que vuelvan a ser niños como antes. 
Todas disfrutamos viendo crecer a nuestros hijos y viendo cómo se hacen cada día más y más independientes. Sin embargo, el sentimiento viene acompañado de otra cara: una sensación de la que no se habla. Nuestros hijos, desde que nacen, se va preparando poco a poco para ir separándose gradualmente de nosotras. Cuando nacen se alimentan a través de nuestro pecho, hasta que un día empiezan a comer alimentos sólidos por sí mismos. Meses después aprenden a andar y ya no necesitan nuestros brazos para desplazarse. 
Cada hito en la vida de nuestros hijos representa un paso en su crecimiento y en su camino hacia la autonomía: empiezan a comer, caminan, dejan los pañales, empiezan el jardín, se atan los cordones de los zapatos, se les caen los dientes de leche, van a la primaria y así sucesivamente en una escalera ascendente de logros que van marcando, para los padres, pequeñas pero grandes despedidas. Todos estos pasos, entonces, tienen dos caras diferentes: el orgullo y la alegría de verlos crecer, y la nostalgia de los tiempos que pasaron y ya no volverán.  
Ver crecer a nuestros hijos nos llena de sentimientos encontrados. Por un lado nos llena de orgullo, y en ocasiones resulta liberador para nosotras, como madres, ver que poco a poco van ganando mayor autonomía y nos demandan menos atención. Pero verles crecer también es doloroso, y exige una gran generosidad por nuestra parte para no entorpecer el proceso. Tenemos que confiar en la fuerza de su alma para hacer su propio camino.
Lo cierto es que un día los miramos y nos damos cuenta de que el tiempo ha pasado muy rápido, que ya no son los niñitos que siempre pretendemos ver y se presentan con problemas normales de su edad. Muchas veces no queremos aceptar que ya quieren tener su propia vida, y se nos hace difícil admitir que alguien entrará en su vida, alguien extraño para nosotros que se convertirá en el centro de su vida y que poco a poco se irán independizando, dejándonos una sensación de vacío. 
Muchas veces me pierdo en mis pensamientos recordando cuando eran pequeños… al llegar la noche, los llevaba a sus cunas, cogía sus manos y me quedaba observando como sus ojos se cerraban mientras su respiración se iba acompasando, hasta que se quedaban profundamente dormidos. Me quedaba contemplándolos un rato y en ocasiones llegaba a sentir envidia de los muñecos que reposaban junto a ellos en la cuna porque durante la noche ellos disfrutaban del calor de sus pequeños cuerpos y estaban al abrigo de esas diminutas manitas.
¡Qué rápido crecen los niños!... El tiempo parece pasar a toda velocidad cuando tenemos hijos. Un día abres los ojos y estás con contracciones de parto, otro día el bebé hace su primer gorgojeo y otro ya le estás acompañando en su primer día de colegio. La crianza es difícil, son tantos los sinsabores como las alegrías y al menos un par de veces llegas a pensar “ojala crezcan pronto”... Y crecen, y de repente entiendes lo mucho que extrañas su preciosa infancia, lo poco que te duró.
Cuando eran adolescentes y los veía dormir a veces me venían a la mente aquellas cunas que al principio parecían inmensas porque sus cuerpecitos se perdían en ellas y como al poco tiempo ya agotan prácticamente su espacio, y cuando menos me lo esperé se le habían quedado pequeñas. La infancia es una época maravillosa, pero pasa deprisa, muy deprisa. Por eso es importante aprovechar cada momento que tengamos con nuestros hijos cuando son pequeños es fundamental no sólo para ellos, sino también para nosotros porque esos recuerdos nos acompañarán por siempre.
Es cierto que muchas veces los niños nos hacen perder la paciencia o nos eleven el nivel de estrés, pero también nos dan momentos tan especiales que son impagables: su primera sonrisa, cuando por primera vez dicen “mamá”, el abrazo de sus pequeños bracitos, sus ocurrencias cómicas, su carita mientras duermen plácidamente...
Cuando mis hijos eran pequeños recuerdo que a veces estaba tan cansada que deseaba que llegara la noche rápido para que al dormir me dejaran descansar un rato. Al llegar la noche con el sueño desaparecían sus risas y llegaba ese silencio tan ansiado a lo largo del día, sentía un alivio porque estaba realmente agotada. Sin embargo ese silencio era extraño, inquietante, porque era el silencio de su ausencia. Y a pesar de que en esos momentos recuperaba mi espacio en el sofá, el control del mando a distancia, volvía a ser dueña de mi tiempo… mientras trataba de disfrutar de esa inusitada libertad a la vez extrañaba esos besos de chocolate o helado, discursos ininteligibles y juguetes voladores.
En la noche tenía una sensación de paz muy extraña porque me faltaba algo. Me faltaban ellos porque dormían y en ausencia de ellos la realidad pierde su magia, ese halo de luz que envuelve todo lo que tocan. En medio de aquel silencio y aquella paz miraba a mí alrededor y solo veía juguetes huérfanos y una casa sin vida. Y entonces no podía evitar desear con ansias la llegada de otro nuevo día.
Hoy han crecido y de los pequeñitos que me alegraban y me hacían sonreír cuando aún los podía sostener en mis brazos, ya no queda ni la sombra. Se han convertido en jóvenes y cuando llega este momento nosotras, las madres, necesitamos soltar esa parte maternal que tiende a ser demasiado protectora, ansiosa, dominante y controladora. Después de todo, tenemos que ser conscientes que esos seres no nos pertenecen… han nacido a través de nuestro cuerpo, pero eso no significa que sean de nuestra propiedad.
¿Qué no es fácil? ya lo sé... a las madres nos cuesta soltar, y como madres nunca dejaremos de luchar por ellos, pero llega un momento donde nuestros hijos necesitan marcharse para hacer su propio camino y tenemos que aprender a “dejarlos ser”, tenemos que confiar en la fuerza y capacidades innatas de sus almas para resolver los asuntos que encontrarán durante su camino por la vida.
Y nosotras continuaremos rememorando, con nostalgia, sus primeras semanas de vida, sus años de infancia, sus travesuras, sus logros… y descubrimos que prácticamente solo recordamos los buenos momentos. ¿Es el miedo a perderlos? ¿El dolor de saber que cada vez somos menos necesarias para ellos? No lo sé a ciencia cierta, lo único que sé es que ver crecer a mis hijos me duele, me llena de orgullo, me da miedo, me hace feliz y me entristece. Y todo ello al mismo tiempo. Es una de las grandes contradicciones de la maternidad. 
Frente a estas sensaciones, a veces sentimos culpa y, por lo general, no las comentamos tanto como cuando se trata de compartir sentimientos positivos. Pero esos sentimientos son absolutamente normales, en la medida en que no se transformen en pensamientos continuos y obsesivos. Además, a estos sentimientos se le suma el hecho de que los hijos funcionan, en muchos sentidos, como espejos para sus padres, porque nos vemos reflejados en ellos, y el crecimiento de unos va aparejado al envejecimiento de los otros.
Lo cierto es que cuando nacen estamos deseando que crezcan un poco para tomarnos un respiro, y cuando han crecido queremos que nos devuelvan a nuestros bebés. Y ese es el gran reto también, conseguir disfrutar de cada etapa sabiendo que no va a volver, y lo que un día echamos de más, algún día lo echaremos de menos. 
Ya mis hijos han crecido, se han convertido en dos jóvenes adorables, inteligentes, buenos seres humanos, trabajadores… vivo orgullosa de ellos, son mi mayor logro pero extraño mucho a mis bebés, a esos niños risueños, alegres, que estaban prendidos a mí todo el tiempo, a veces hasta el punto de enloquecerme. Ahora que ya son adultos no se qué deparará el destino tanto para ellos como para mí.
Aún viven conmigo, pero ya no son niños y como adultos toman sus propias decisiones. En algún momento cogerán su camino y se alejarán de casa a formar sus propias familias. ¿Y qué haré? Pues solo pedir todos los días que Dios los proteja y que mis enseñanzas les sirvan para ir por buen camino, y que tengan conciencia de que mis brazos siempre estarán abiertos para que vengan cuando ellos lo necesiten, con la seguridad de que siempre encontrarán unos brazos amorosos para apoyarlos.
Pero cuando sigan creciendo y un día se marchen en mi vida ya nada será igual, porque como dije antes en ausencia de ellos la realidad pierde su magia. Tendré mucha paz a mí alrededor pero también tendré una casa sin vida. Y ya no esperaré con ansias que llegue nuevamente el día como hacia cuando en la noche ellos dormían, no, entonces mi vida estará pendiente de la puerta para verlos llegar.
Este es el sabor agridulce de ver a nuestros hijos crecer.